A veces la vida se convierte en una sucesión de acciones encadenadas. Te levantas, revisas mensajes, trabajas, resuelves pendientes, contestas llamadas… y al final del día, cuando por fin te detienes, te preguntas:

¿Dónde estuve yo en todo esto?

¿En qué momento dejé de ser protagonista y me volví un espectador?

La respuesta suele ser simple y brutal a la vez: entramos en modo automático.

Cuando vivimos así, nuestra mente activa un plan preestablecido: actúa, responde, avanza... pero sin preguntarse hacia dónde. Es como subirse a un tren sin consultar el destino.

Y aunque la rutina tiene su valor — nos ahorra energía y evita la sobrecarga de decisiones —, quedarse demasiado tiempo en ese tren puede volverse riesgoso.

¿Por qué?

Porque dejamos de mirar por la ventana. Dejamos de elegir el camino. Dejamos de preguntarnos si seguimos viajando hacia un lugar que realmente queremos alcanzar… o si simplemente estamos repitiendo rutas ajenas.

Y entonces aparece el vacío.

No por falta de logros. No porque nos falte actividad. Sino porque nos falta sentido.

Ese cansancio que no se alivia durmiendo más.

Ese “algo” que sentimos que falta, aunque en teoría “todo esté bien”.

Es como correr dentro de una rueda que nunca se detiene: te esfuerzas, te desgastas... pero no llegas a ningún lugar que realmente importe para ti.

He escuchado personas que me han dicho frases como:

“Mi vida está llena de cosas, pero yo me siento vacío.”

“Consigo metas, pero no me emocionan.”

“Siento que algo me falta, pero no sé qué es.”

¿Te suena alguna de ellas?

Seguir caminos que otros trazaron para ti — o que una versión antigua de ti eligió — es una forma silenciosa de extraviarse.

No importa cuánto hagas, cuánto avances o cuánto consigas: Si no eliges conscientemente el rumbo, la desconexión se instala.

Y aquí viene lo más liberador: No necesitas descubrir un propósito grandioso o una misión épica para reconectar contigo.

Lo que necesitas es claridad.

Mirar honestamente dónde estás.

Escuchar qué resuena dentro de ti.

Trazar, aunque sea de forma imperfecta, una nueva ruta que sientas como propia.

Pero antes, necesitas algo fundamental: salir del modo automático. Aterrizar.

Tomar el control, volver a mirar el paisaje, y desde ahí, volver a decidir.

¿Como puedo conectar con esa realidad? …. Esta pausa te ancla.

Empieza con una pausa consciente al día.

Elige un momento sencillo, como cuando te tomas el primer café o antes de acostarte, y haz esto:

Detente un minuto.

Cierra los ojos si puedes.

Pregúntate: ¿Cómo estoy ahora mismo? (sin intentar cambiar nada).

Observa tus pensamientos, tus emociones y tu cuerpo.

Solo respira y reconoce tu momento presente.

Es un primer paso para volver a ti, para recuperar el mando y empezar a diseñar tu propia ruta, poco a poco.

No se trata de transformar tu vida en un solo día.

Se trata de recordar que siempre puedes elegir volver a ti.

Una pequeña pausa hoy puede abrir un gran cambio mañana.

Vivir en modo automático, sin presencia ni conexión interna, puede afectar psicológicamente de forma progresiva, generando una desconexión emocional que impide reconocer lo que sentimos, una sobrecarga mental que agota nuestras capacidades cognitivas y una sensación de vacío difícil de explicar, incluso cuando aparentemente “todo está bien”.

Esta rutina despersonalizada suele estar acompañada de baja motivación, pérdida de sentido, dificultad para tomar decisiones propias y una autoexigencia constante que apaga el deseo personal. A largo plazo, puede generar síntomas de:

Ansiedad: como la ansiedad funcional, donde la persona sigue cumpliendo con sus tareas pero con un alto nivel de tensión interna.

Anhedonia: incapacidad para experimentar placer o disfrute, incluso en actividades que antes resultaban gratificantes; o incluso

Burnout: agotamiento físico, mental y emocional causado por el estrés crónico, especialmente vinculado al trabajo o a exigencias constantes;

haciendo que la persona sienta que cumple con todo… pero no se encuentra en nada.

Es importante recordar que, aunque estas sensaciones pueden ser comunes, no debemos autodiagnosticarnos ni minimizar lo que sentimos. Si experimentas un malestar persistente, sensación de vacío, desconexión o agotamiento emocional, lo más recomendable es acudir a un profesional de la salud mental.

Un acompañamiento terapéutico puede ayudarte a comprender lo que te ocurre, encontrar herramientas adecuadas y reconectar con tu bienestar de forma segura y sostenida.

El primer paso es aceptar el problema, el segundo es buscar ayuda, y tú estás en el camino a la autosuperación, recuerda repetirte siempre “YO PUEDO, YO SOY CAPAZ”.

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