Vivimos en una cultura donde se nos enseña —de forma explícita o sutil— que sentir está mal.

Desde pequeños escuchamos frases como:

“No te enfades, que no sirve de nada”
“Hay que ser fuerte”
“No llores delante de los demás”
“Estás exagerando”
“Eso ya pasó, no pienses más en eso”
“Cambia de tema, no te pongas así”
“No tengas miedo”
“No estés triste”
“No llores, que no es para tanto”

Y así, sin darnos cuenta, aprendemos a ver nuestras emociones como problemas que deben ser resueltos, eliminados o escondidos.

Pero, ¿y si no fueran un error?¿Y si las emociones incómodas no vinieran a estorbar, sino a decirnos algo que necesitamos escuchar?

La paradoja emocional: cuando luchas contra lo que sientes, sufres más

Imagina que un día te sientes muy ansioso. No entiendes por qué. Has tenido una semana agotadora y, sin embargo, lo que más te angustia es “no poder calmarte”.

Entonces aparece ese monólogo interno que dice: “Debería estar bien”, “no tengo motivos para estar así”, “esto es una bobada”.

Y sin darte cuenta, a la ansiedad inicial se suma:

Esto es lo que pasa cuando intentamos eliminar una emoción en lugar de dejarla estar. Y esto, irónicamente, nos hace sufrir mucho más.

La verdadera gestión emocional no se trata de controlar, sino de comprender

Cuando los estoicos hablaban de templanza, no se referían a “hacer como que no pasa nada”. Y cuando los psicólogos hablamos de gestión emocional, no estamos diciendo “piensa en positivo y se te pasará”.

Estamos hablando de presencia. De aprender a quedarte contigo mientras estás sintiendo. De no tener que huir, ni reprimir, ni fingir.

Porque sentir miedo, tristeza, rabia o vacío no es un signo de debilidad. Es un signo de humanidad.

aprender a sentir sin miedo, es un acto de valentía silenciosa

Es como decirte:Ten miedo sin miedo” puede sonar contradictorio, pero es profundamente liberador. Es permitirte sentir miedo… sin avergonzarte por ello. Es aceptar que estás triste… sin intentar forzarte a estar bien.

Es llorar… sin pensar que eso te hace débil.

Esto no significa rendirse al malestar ni dejarse arrastrar por él, sino acoger lo que sientes como parte legítima de tu experiencia.

Porque cuando una emoción es reconocida, deja de gritar tan fuerte.

Todos ellos tienen algo en común: no se están permitiendo sentir lo que sienten. Están peleando contra una parte de sí mismos.

Y eso, duele más que la emoción original.

Te enojas con tu pareja, gritas, y después sientes culpa. Entonces te castigas por haber reaccionado mal en vez de preguntarte: ¿Qué estaba necesitando yo en ese momento?

Tal vez necesitabas sentirte escuchado, respetado, acompañado o simplemente expresar que estabas sobrepasado.

Respuestas posibles pueden ser:

Identificar esa necesidad no justifica el grito, pero lo explica. Y desde esa comprensión puedes reparar, poner límites de forma más sana, o aprender a pedir lo que necesitas la próxima vez sin acumular malestar.

Te invade una tristeza sin motivo aparente y te fuerzas a sonreír en el trabajo. ¿Qué pasaría si te dieras permiso de estar en silencio y escuchar lo que esa tristeza necesita?

Esa tristeza puede estar diciéndote muchas cosas: que te sientes desconectado, que has estado ignorando tu necesidad de descanso emocional, o que algo en tu vida necesita ser atendido con más cariño.

Posibles respuestas a esa escucha interior podrían ser:

Al darte permiso de sentir, aunque no entiendas del todo el porqué, comienzas a construir una relación más amable contigo mismo y a darle espacio a lo que necesita ser sanado desde dentro.

Te ilusiona un nuevo proyecto pero te bloquea el miedo. En vez de decir “no debería sentir esto”, puedes reconocer: “Este miedo me muestra que me importa. Y puedo avanzar con él, no contra él.”

Y si lo exploramos un poco más, podrías descubrir respuestas como:

Estas preguntas no buscan eliminar el miedo, sino transformarlo en un aliado. Uno que te acompaña, en vez de frenarte.


¿Cómo empezar a sentir sin miedo? Tres microejercicios diarios: recuerda que lo importante no es hacerlo perfecto, sino estar presente.

  1. Nombra lo que sientes: Detente 1 minuto y respóndete: ¿Qué emoción estoy sintiendo ahora? (Ansiedad, rabia, melancolía…). Reflexiona que puedes modificar… Ponerle nombre reduce el caos interno.
  2. Hazle una pregunta a esa emoción: Imagina que esa emoción es una mensajera. Pregúntale: ¿Qué me estás mostrando? ¿Qué necesito ahora? Tal vez descanso, contención, un abrazo, o un límite.
  3. Practica la compasión contigo: Escribe una frase breve como si se la dijeras a alguien que amas. Luego léela para ti:

“Está bien sentir esto. No tengo que solucionarlo todo hoy. Estoy conmigo.”

A veces, lo más valiente que puedes hacer es no huir de ti.

El primer paso es aceptar el problema, el segundo es buscar ayuda, y tú estás en el camino a la autosuperación, recuerda repetirte siempre “YO PUEDO, YO SOY CAPAZ

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *